Corría el año 2010, en medio del inigualable dominio de ‘Les Experts‘ en el balonmano mundial, cuando Philippe Bernat-Salles, antiguo jugador de rugby, cogía las riendas de la LNH (Ligue Nationale de Handball). El objetivo era claro: relanzar a los clubes franceses aprovechando el tirón de su selección.

En aquel momento las competiciones domésticas en Francia eran un solar, muy alejadas de países como Alemania o España. El Montpellier, unos años antes, tan solo era el oasis en el desierto (campeones en 2003 y semifinalistas en 2005).

Tras aquellos buenos resultados de Montpellier el balonmano francés desapareció de las rondas finales, tan solo en alguna ocasión el propio Montpellier se metió entre los 8 mejores equipos de Europa. En aquellos años era habitual ver a equipos franceses haciendo eliminatorias que demostraban lo lejos que estaban de la élite. En 2006, el Paris Handball perdía en 1/8 ante el THW Kiel por un global 49-72; en 2007, Chambery ante el propio THW Kiel por 60-76 y en 2008 y 2009 ningún francés pasó de la Main Round. Estos eran claros ejemplos de dónde estaban los clubes franceses.

Por aquel 2010 ya se empezaba a percibir la crisis de la Liga ASOBAL, hasta entonces peleando con la Bundesliga por el apelativo de mejor liga del mundo. Este hecho podía y debía ser utilizado por Francia para situar a sus clubes entre los mejores de Europa, reto que asumían con ambición.

Fue a partir de este momento cuando la LNH comenzó un camino modélico. Apostó por la profesionalización de sus clubes, reforzando sus estructuras antes de pensar en un crecimiento deportivo instantáneo y fugaz. Los clubes franceses se fueron modelando durante años viendo como sus plantillas eran mejores cada temporada que pasaba bajo el paraguas de este modelo.

Las exigencias impuestas por la LNH llevaron a los clubes a darse cuenta de cuál era el camino para alcanzar la élite, huir del amateurismo en su organización era obligatorio si querían estar en la élite durante años. Y así fue como con el paso de los años ha ido creciendo exponencialmente sus recursos económicos, llegando al punto de que clubes de su segunda división son capaces de pelear económicamente con competiciones de primer nivel que hace una década eran mejores que Francia.

Así, en el año 2016 Francia se estrenó en la Final4, pero eso sí, con un equipo que se sale un poco de los cánones del balonmano francés del que estamos hablando, el PSG Handball. El club parisino vive del millonario proyecto de Nasser Al-Khelaïfi. De este modo, con un club lleno de estrellas, la punta de lanza del balonmano francés alcanzó la Final4 en 2016, 2017 y 2018.

Pero el gran triunfo del modelo francés llegó en este 2018, cuando la Lidl Starligue llevó a sus tres equipos hasta la Final4 de Köln. Hasta este año ninguna competición lo había conseguido, ni la Bundesliga. Por derecho propio Francia se había ganado el derecho de tener 3 equipos jugando la máxima competición continental y este año ha justificado el porqué con creces.

Para los clubes franceses la profesionalización de toda su estructura le ha llevado a llenar campos y, a la vez, atraer a inversores privados que están haciendo del balonmano francés un claro opositor a mejor liga del mundo. Y así, llegamos a esta final de la EHF Champions League con dos equipos que representan fielmente el éxito de este modelo, el triunfo de una idea.

El Lanxess Arena, que durante este fin de semana habla en francés, vivirá una sorprendente y meritoria final entre Montpellier Agglomération, un club que ya en los inicios del siglo XXI comenzó a destacar pero que se ha aprovechado del crecimiento de la LNH para progresas y asentarse en la élite, y HBC Nantes, un equipo que en 2005 todavía estaba consiguiendo su ascenso a Segunda División y que no fue hasta el año 2008 cuando debutó en Primera. El equipo presidido por Gaël Pelletier se estrenó en la EHF Champions League y en su segunda presencia se ha colado en esta final. Una final que será una fiesta del balonmano francés y una celebración del éxito del modelo francés.

Edu Agulló | @Eduagullo